Claudia Rivera
MIEDO
Contemplo las manos
(las mismas que en la línea del Ecuador
inmortalizara el pintor)
y reparo en lo roído de las uñas,
el sabor de sangre, carne y llanto
en la boca trémula de indecisión.
Absurda condición del ser:
devorarse a sí
al no saciarse en la ansiedad del alma.
Temprano te venció el miedo
Lo llevas poseso en el cuerpo:
pálido, sudoroso, de nada.
Lo llevas poseso en los ojos:
quebrados, huidizos, marchitos
Lo llevas poseso en el rostro:
enjuto, ajado, sombrío.
No es posible ya, conciliar el sueño.
Las horas se escapan
y sólo el incesante latir Irrumpe
para decir que muriendo vives
con los monstruos de la infancia
que crecieron en sucesivas lunas,
desde cuando en noches nuevas
los trasladabas al lecho maternal,
donde lograbas apaciguarlos.
Hoy, enardecidos, definen su rostro:
una tierra extraña,
un país de males centenarios,
una historia repetida,
una vida fragmentada de dolores,
errores, desamores, desatinos.
un hijo receptor de angustias,
un hombre en franca derrota.
¡Qué horror vivir al asalto!.
¿Sólo para la muerte crecerán las uñas?
Así parece vaticinarlo el pintor.
DUALIDAD
El hombre como el olivo:
Milenaria subsistencia
entre azotes impíos
del verdugo que sucumbe su fruto.
Sembrado en el desamparo
de la mano creadora
en la tierra de la nada,
el cuerpo – tronco
lucha entre los límites de la vida
por endurecer su piel – corteza
que de entre aliento helado
y fuego calcinante
se curte y arrecia para resistir.
No hay lugar al descanso
en esta tierra roja.
El mundo no es sólo uno.
La dualidad hace el ser.
En dos se funden las estaciones:
el gris y el amarillo,
la desnudez de los árboles
y el esplendor de las flores,
el amor y el odio,
la muerte y la vida.
Aún así, el hombre – olivo se reproduce
en la desgastada tierra de la inconciencia:
De sí el fruto verde intenso,
temprano ocre desencanto.
De sí el hijo savia – sangre enardecida,
pronto río de llanto inconsolable.
Cansado el hombre de serlo,
vaciado en barro,
plantado en el desierto,
de golpes vuelto a la vida,
bajo el olivo se desangra.
Abono del círculo que no se cierra.
¡Extraña manera de germinar en el dolor!
ESTADOS DEL ALMA
I
Salgo de mi casa al amanecer
Como pájaro en desbandada desde sus ramas.
Vuelo alto y el sol no me quema.
El viento se cansa a mi lado
¡Me ufano de tal osadía!.
¡Cric- crac!
Me estrello contra los cristales
y descubro en el plumaje disperso
semillas de vida que no germinaron,
fragmentos de una historia en desacierto.
El vuelo es bajo, ahora.
Rastreo la canícula desgastada.
Aún no hallo la nueva pieza extraviada.
Me recojo en casa y espero,
cual pájaro en desasosiego,
el viento cíclico que anime el vuelo.
¡Vaya manía de creer que sin alas también se vuela!.
Hay una mujer trasplantada
que adolece de hijos
y casa a cuestas.
Que araña el asfalto
buscando la tierra fértil
donde plantar ilusiones arrancadas.
Que derrama sangre de pechos marchitos
cansados ya,
de alimentar los hijos de la guerra.
Hay una mujer que añora
sueños tempraneros,
destellos de luciérnagas
en noches de lunas llenas,
el canto premonitorio de las ranas
en el lago sin fondo,
el olor a ordeño,
un fogón de leña,
la bruma en la montaña,
y su alba fresca.
Aurora,
(mujer de siglo atrás,
henchida de agua en los nacederos,
fértil cuerpo – centro
en el ritual del sexo primigenio
coreado por los pájaros de la Floresta)
has de recordar que en tiempos nobles
amasaste el sudor de los trabajadores
hambreados en larga mesa de madera,
y con sonrisa abierta tras la ventana
celebraste al hombre
lomo en tierra cosechado la vida.
Aurora,
No entiendes ya la terquedad
del roble que enraizado en su egoísmo
enarbola violencias ancestrales.
Hay, en tiempos malditos,
mujeres que deambulan,
ciudades ajenas, calles muertas,
agrio aliento, rostros impávidos
de desafectos y miserias,
almas desde siempre desterradas
que viviendo en la mentira,
hacen de su casa el lugar sin tierra.
De soledad se viste el rostro.
Las casas ya no habitan.
Los seres se despueblan.
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